Oh, cuántos hombres y seres por devorar, cuánto tomar, absorber, deglutir, de tajo en tajo sin cortaduras penitentes, sin el sensual rastreo lingual, cuanto traspasar la transparencia de cuerpos evidentes.
Devoradora así me llaman, así me llamaron hace 20 años. Se puede hacer fenecer de muchas maneras, sin apenas insinuar un roce, sin un toque, sin que ni siquiera hayas hecho el ensayo mental del homicida, sin premeditar un final, solo predecible desde mentes suaves, débiles, culpables, aun sin desearlo puedes creer que tienes sitios prohibidos, espacios vedados e infranqueables, para quienes están marcados por el sino de la parca y el daño indeseado.
Ejerzo o ejercía una de las profesiones más antiguas, necesaria, admirada por unos repudiada por otros, pero siempre imprescindible desde el deseo y el odio, es de esas que salvan o hunden la humanidad, sin ella el caos reinaría, no habría culpa sin castigo, ni deudas impagas, el talión y los tratos leoninos serían el sinsabor cotidiano, tomarla fue un credo, comer y defecar justicia, así pedí y repartí castigos, defendí a quienes pensé necesitados, inste la destrucción de vidas y busque condenas, asumí sin vomitivos de conciencia la función de defensora, fui una sombra antropófaga, comedora de futuros, existencias, años y tiempo, tenía la bandera justiciera o la torpe justificación de representar a todos, a muchos o un espectro innombrable.
Hoy acepto mi nombre, me restriega en el rostro los hechos y frente a estos es inconmesurable negar la verdad, les cuento: tenía ante mi ladrones de combustible, liquido preciado, todos fueron entrevistados, todos negaron, dudaron, y renegaron de una culpa, poco probada, uno de ellos anciano de mirada turbia, cabeza gacha, bajo la presión vergonzante de la familia, la edad y los compromisos, confirmó sin palabras. Cuando salió de la entrevista colgó su cuello del techo de la pista de combustible, para recordar a todos que la pena es un fardo indeseable, por años he visto sus ojos, la añoranza de vivir digno, su espalda corva y el pelo cano, me tomé su vergüenza en tragos largos de ruibarbo, todos pagaron con tiempo de vida él con la vida misma, uno de sus entrevistadores murió de modo extraño a los 5 años y la otra hizo morir esta parte de la profesión y el propio lugar dejó de ser un maneadero de líquido para no caminar.
Pero persistí cabezona en seguir ejerciendo cuando el destino ya había dictado su designio, otra vez vino la muerte a recordar que hay sitios vedados para algunos, un joven matador de reses, estudiaba para salvar vidas, pero satisfacía la gula del bolsillo y el estómago acuchillando animales de mirada mansa, tan mansa como la suya, cuando lo conocí, caminó conmigo, me condujo por cada lugar, donde puso el arma homicida, donde cortó la soga y guardó las carnes trémulas. Fue a parar a ese lugar ignoto donde los hombres cumplen y pagan, pero pierden el ser pasado y emergen remozados con nuevos instintos, para bien o mal. En prisión le fue cara la estancia, fue víctima y en una ocasión victimario y el trazo añoso creció, su cuello quebró desde un barrote sólido, no soportó su destino sin luz, esta vez un joven murió, unos dirán expió su culpa, yo digo me la traspasó cuando conocí a su madre también de mirada y hacer manso.
Me expulsé, renuncié a discursos y estrados, a deshacer, rehacer y devolver vidas, el plan de justiciera fracasó, deje de creérmelo, y decidí ser bordadora, costurera de seres con misiones enaltecedoras, ellos también comerían y defecarían justicia, yo los enseño.
Pero perro o perra huevera aunque le quemen el hocico…, el paso de los años me hizo olvidar que los designios prohibidos no pueden ser ignorados, mi amiga Reina, que reinaba en su hogar, era víctima de un suegro infeliz sin hogar, porque vendió el suyo y quería el de ella a sangre y fuego, Reina me pidió que la ayudara a voltear el triste destino que se le avecinaba a ella y sus hijos pues su querido cónyuge y dueño del sitio litigado vivía hacia años en la ignota España, su amor instaba por igual al padre y a la misma Reina a la lucha, quiso el destino juguetón que las cartas que enviaba se cruzarán y Reina probó la madeja que con tanto cuidado tejimos, desató los hilos que se negaban a fluir, y ganó un pleito que sabíamos suyo desde el primer día, no porque yo lo dijera sino por su querida Caridad del cobre, que boca amarilla en sueños lo susurró. Amargo y corto triunfo, el suegro tras caminar y vivir en la caridad ajena, terminó en Cruces tras una escoba de barredor de calles y animas, crucificando su culpa con una soga en el techo de una prima, en un corredor oscuro donde pena aun, cuando la noticia corrió, la sangre dejó de fluir por mi cara, el cuello se atoró y sentí la áspera y gruesa sensación de una cuerda, resbalar despacio, para recordarme que nunca más.
Se puede ser homicida sin querer, reincidir es modelar un camino de asesina serial y devoradora de hombres con idéntico modus operandi, el destino se empeña en demostrarlo y contra ellos solo vale la rendición, no deseo deglutir, tragar a trancos secos más seres, vidas, años, aunque a veces se me reseca la boca y dese, dese…