Mirar, otear, observar… Siempre vivió rodeada de balcones por los 4 vientos, gustaba de asomar la mirada al mundo observar y ser observada.
En la primera casa donde nació y vivió por largos años, se acostumbró a ver disminuir, cuando crecía, las dimensiones y extensiones de ese sitio y las personas, que desde un 4to piso se le ofrecían, prolongando desde la altura del balcón una visión redonda, perfecta, rodeada de otros muchos balcones simétricos y a la misma altura.
El balcón es un pedazo de tierra, unas veces minimalista, otras una selva en bonsay, desde el que se puede apostar por horas la mirada en espera del aro rojo del cielo, o de la frescura rosácea de las madrugadas, donde se siente aislada del mundo y cree que la soledad del espacio propio puede llegar a ser un vicio.
Tenía una vecina que llegaba a la casa y soltaba las ropas, se deleitaba en flotar por la casa a sabiendas de que el vecino del 3ero y detrás, a esa misma hora asomaba sus ojos por las persianas del balcón a admirarla, aun pasando galopantes los años otoñales, el persistía en ser testigo de los cambios. Un día ella decidió que era momento de sentir vergüenza y dejar de mostrarse. Varias habitantes solidarias de la escalera decidieron dar un último espectáculo al pobre tipo, que no sabía en qué dirección mover las persianas, los ojos y las manos, la experiencia fue hilarante y por una vez, ¡Pobre tipo se quedó con ganas, por siempre!
El balcón, un lugar para ser testigo de la vida de otros. En la adolescencia le permitía seguir al objeto de su primer enamoramiento, de la sala de la casa a la cocina, veía como tomaba la cuchara, deglutía el agua y asía la escoba para ayudar a la madre. Durante años vio a unos discutir, a otros tomarse las manos, acariciarse, a los de allá amonestar a los hijos, qué balcón para conocer como son, cuando piensan que nadie los ve.
Su primer barrio le regaló una magnífica enseñanza, el balcón puede ser la vía de salida para amantes clandestinos. Un día amanecimos con la noticia de que en la madrugada oscura un hombre había volado desde un segundo piso y su sangre quedó en la acera de concreto. ¡Qué revuelo! unos decían que era un ladrón furtivo, otros comentaban que era una persona que equivocó el rumbo, los terceros que era un desafortunado sonámbulo que fue a dar con sus huesos al suelo. Cuan alejados de la verdad, solapada en comentarios de comadres.
Manuela la vecina del segundo, madre de dos niños y feliz o quizás infelizmente casada, porque la infidelidad no puede tener como triste excusa un matrimonio desgraciado es preferible tomar como pretexto la necesidad de una segunda oportunidad de vivir. Josué un carpintero que venía en el día a reparar las puertas de la casa de una sola mirada caló el deseo de prender fuego de ella, fue un instante fugitivo pero suficiente para en dos días vivir el romance más desenfrenado de la existencia de ambos. Una noche el esposo quedó en el trabajo de guardia nunca mejor motivo para atrapar cual prófugos la libertad deseada y experimentar amanecer juntos en la cama ajena. En medio de la madrugada Josué voló y en aterrizaje forzoso cayó como gato de 7 vidas en el pavimento, unos dicen que el infeliz esposo mostró una pistola, otros que el hijo se levantó en la penumbra y vislumbró a un hombre diferente al padre, gritó con todas sus fuerzas y la madre pretextó luego el asalto de un ladrón. Lo cierto es que el apartamento del segundo piso quedó enrejado de por vida. Con el paso de los años se produjo una explosión de gas y volaron las rejas, y el esposo tal como el amante en sus días de juventud. Unos dicen que fue un accidente otros que una dulce y tardía venganza de Manuela.
En su segunda casa bajó del cuarto al segundo balcón, frente tenía una loma áspera, llena de atisbadores, exhibicionistas, homosexuales inhibidos y otros no tanto, parejitas buscando resolver urgencias amorosas. Desde allí podía evaluar el estado de salud por como subían y bajaban todos, unos despiden un halito de cansancio, otros bajan volando, aunque también conoce cuan agitada transcurre la vida para unos y de qué manera otros se lo toman con calma, mucha calma.
Este balcón le trasmitió cuán lejos puede llevar la locura y de qué manera puede asomar a tu ventana una loca dichosa sin esperarlo. Una tarde de agosto reposábamos en sabrosa tertulia y sale la hermana al balcón en busca de agua, ya saben las escaseces del vital líquido en los barrios de esta ciudad de los mil desiertos y camellos humanos. De repente se escucha un grito terrífico de hermana y el cubo a medio llenar cae, cuando nos asomamos a auxiliarla el rostro terrorífico, oscuro e incrédulo escrutaba con curiosidad desde las rejas del balcón el interior de la casa. Era Arelis la vecina del edificio cercano que desde la juventud le diagnosticaron una locura temprana y en crisis olvidó su hogar y pensó entrar por la ventana florida, llena de verde, se le antojó el paraíso de sus sueños ignotos al que no podía penetrar por carecer de llave. De repente se lanzó a la acera en vuelo mágico porque borró de su corta memoria como bajar por donde con tanta agilidad subió, nadie pudo levantarla, ella reía socarronamente desde el piso hasta que se la llevó la ambulancia, digo la carroza rodada de sus quimeras.
La tercera casa, tiene el balcón por encima de la mayoría de las moradas vecinas, y es único, es el ámbito para cavilar, decidir, tomar una brisa distinta, detener el reloj unos minutos en el día, refrescar las iras, y estar sola, ¡Oh bendito aislamiento, a cuentagotas¡ es un lugar tan suyo. Desde aquí también el mundo es repetidamente parecido, rutinas similares, ellos se sientan en las aceras, ellas sacan el sillón y conversan del día a día, el mensajero viene en bicicleta con su carga exigua y la publica, es la hora de los pregoneros anunciando soluciones a lo más perentorio, los niños recorren la calle en juegos invariables, el mundo no se mueve.
Este balcón también le mostró otra lección balconera, esta vez se trataba del vecino, hermoso mancebo, novio cumplido y buen hijo de familia, su casa lindaba con la de él. Una noche sonó la caída de un cuerpo seco y el grito ahogado de un hombre. Pedía auxilio, un hueso asomaba en mitad de la pierna. Salieron los vecinos pero era tarde el padre del vecino aceleraba su auto y corría con el joven al hospital. Al día siguiente la sangre refulgía en el pavimento en desmentido de las versiones del joven y sus padres. La familia implicada decía que se había accidentado en la calle vecina y de bonachones lo auxiliaron, otros que el joven iba a ver a su novia oculta y prohibida por los padres a través de patios vecinos, los terceros que era un ladrón clandestino, nadie se atrevió a decir la verdad apasionada de los amores ocultos y descubiertos por el padre, del joven del hogar, qué triste no asumir los deseos más íntimos. El balcón tiene la función burlesca de mostrar a otros senderos subrepticios hacia la autenticidad escondida.
Cambian los balcones la gente es igual a la misma ahora, aquellos se sientan frente al televisor, la otra empieza a cruzar de casa en casa, él carga tierno a los hijos y luego le grita a ella, los que tienen menos, aduladores rodean al magnate barrial o al que gusta que lo crean, y de noche jadeos nocturnos, gritos de placer, murmullos, el transitar sonámbulo, palabras perdidas, el paso agitado de ladrones nocturnos buscando ofrendas dejadas al descuido y aquellos que a hurtadillas dejan en las 4 esquinas la exorción de sus sinsabores, ¡Qué manera de moverse la noche!
Los balcones tienen mucho que ofrecerle, es su otra vida, ignorada por terceros, pero imprescindible, para convencerse sin mayores miramientos que es un buen modo para conocerse y conocer a otros, observar y seguro ser observada desde otro balcón, cuando tiende ropa, se cambia, amonesta los niños, acaricia y es ella, aunque cuando transponga la puerta sea otra.